
TU CEREBRO ES TU MEJOR ARQUITECTO
La ciencia nos recuerda que el cerebro es plástico, maleable, capaz de transformarse en cualquier momento de la vida. La neuroplasticidad es el lenguaje secreto de nuestro organismo, la prueba de que podemos reinventarnos, sanar y crear nuevas formas de estar en el mundo. Y es justamente ahí donde se sostiene la hipnosis de sanación® de Camila Healing, un método que permite abrir las puertas del inconsciente y acceder a memorias, emociones y patrones que muchas veces limitan nuestra manera de habitar.
En estado hipnótico, el cerebro activa ondas theta y gamma: las primeras nos conectan con la memoria emocional y los procesos de sanación profunda; las segundas expanden la conciencia y permiten integrar nuevas realidades. Es como si la mente dejara de pelear consigo misma y, por fin, encontrara un respiro. En estos estadios de calma se facilita la liberación de información oculta en nuestro interior, a la cual nosotros, como interioristas, podemos acceder para crear espacios más conscientes, alineados con las verdaderas necesidades emocionales y energéticas de quienes los habitan.
Este proceso abre la posibilidad de trabajar en co-creación con las personas, ya que nos brinda acceso tanto a las limitaciones y traumas —que pueden resignificarse a través del diseño— como a los anhelos más profundos, permitiendo materializar en la realidad los espacios soñados.
Hay que entender que los espacios influyen directamente en nuestra biología. Una habitación oscura y saturada puede elevar los niveles de cortisol, mientras que un entorno luminoso, armonioso y abierto favorece la liberación de serotonina y dopamina, neurotransmisores vinculados con el bienestar, la calma y la motivación.
Y aquí aparece un hallazgo revelador: el cuerpo y los espacios pueden convertirse en los mejores colaboradores en la creación de una vida conectada con el bienestar y el gozo de estar vivos. El cuerpo, cuando atraviesa procesos de hipnosis de sanación®, aprende a soltar, integrar y abrirse. El espacio, cuando es diseñado desde la escucha profunda, sostiene y multiplica esa transformación.
Lo queramos o no, lo que nos rodea funciona como espejo. Cada objeto, cada distribución, cada textura está devolviéndonos una imagen de nuestro estado interno. Podemos ignorarlo, resistirlo o racionalizarlo, pero la verdad permanece: tu entorno habla de ti tanto como tu cuerpo, y esa conversación nunca se detiene.
Si el espacio que habitas repite narrativas de encierro, de carencia o de miedo, inevitablemente estarás escuchando ese eco. El inconsciente se alimenta de símbolos, y los símbolos están en todas partes: en un sillón pesado que nunca se mueve, en un cuarto oscuro que apenas respira, en una mesa abarrotada que impide el encuentro, o las humedades que recuerdan lagrimas no expresadas. Sin darnos cuenta, esos mensajes actúan como recordatorios silenciosos de los mismos patrones
que cargamos en la memoria transgeneracional o en los traumas heredados. Son cárceles invisibles que nos impiden conectar con la vida en toda su amplitud.
Pero la buena noticia es que este mismo principio puede invertirse. Si lo que nos rodea es espejo, entonces podemos elegir espejos nuevos. Podemos rodearnos de narrativas que involucren a los sentidos, que hablen en el idioma del inconsciente y que repitan mensajes de bienestar, abundancia y expansión. Colores que recuerden al cuerpo su derecho a sentir calma, aromas que despierten la memoria del gozo, texturas que inviten a habitar el presente con más suavidad. Incluso un interiorismo consciente puede activar los ciclos circadianos, esos ritmos internos que regulan el sueño, la energía y la vitalidad. La luz natural, por ejemplo, estimula en la mañana la glándula pineal para detener la producción de melatonina (la hormona del sueño) y activar el cortisol de manera saludable, ayudando a despertar con claridad. Por la tarde, una iluminación cálida y un entorno sereno preparan al cuerpo para producir nuevamente melatonina, induciendo al descanso reparador.
La sincronía entre espacio y biología no es un lujo estético: es medicina cotidiana. Cada elemento del entorno, desde cómo entra la luz hasta el tipo de texturas que percibimos, puede convertirse en un ancla hacia la vida que queremos, un recordatorio de que ya no es necesario habitar prisiones heredadas, sino que podemos habitar espacios que literalmente dialogan con nuestro reloj interno y sostienen nuestro bienestar profundo.
Este puente entre lo interno y lo externo es lo que la interiorista Ana de la Natividad, para NATIVITINA Interiores, ha convertido en su sello. No se trata únicamente de elegir colores, materiales o distribuciones: se trata de acceder a la información más profunda de sus clientes, aquella que surge en estados de conciencia expandidos, para luego traducirla en espacios que no solo se ven bellos, sino que se sienten coherentes, ligeros, vivos. Lugares que acompañan procesos de sanación, que recuerdan quién eres y que sostienen quién quieres ser.
Los espacios, entonces, dejan de ser escenarios para convertirse en cómplices; el cuerpo deja de ser carga para convertirse en guía. Y en esa alianza, el bienestar deja de ser un concepto abstracto para transformarse en experiencia tangible. Una experiencia que se respira al despertar en una habitación clara, al cocinar en una cocina que invita, al caminar por un pasillo que no oprime sino expande.
Porque cuando tu cerebro se reprograma, cuando tu cuerpo se alinea y cuando tu espacio acompaña, la vida entera se convierte en un laboratorio de bienestar. Y lo mejor: un laboratorio que no se siente esfuerzo, sino gozo. El simple gozo de estar vivos.